Imaginemos el tipo de cosas que haríamos cuando nos enfrentásemos con una inminente edad de hielo. Un acontecimiento como ese puede comenzar con bastante rapidez (en décadas), y sería desastroso para Canadá y Europa. Pero defenderse del Gran Enfriamiento no sería imposible. Una aproximación sería reducir el albedo de la Tierra – que no es su atracción sexual por otros planetas, sino la fracción de luz solar recibida que refleja de vuelta al espacio. En otras palabras, podríamos organizar nuestro planeta para que fuera menos brillante. Una forma de hacerlo sería usar una flota o avión para cubrir los campos de hielo del ártico con polvo de carbón, así se volverían más cálidos al Sol.
Como una alternativa a este osado método, deberíamos, sobre el final de este siglo, ser capaces de construir reflectores solares orbitales muy grandes, apuntando a la tierra para traer un poco más de luz a nuestras vidas. Si incrementásemos la cantidad de luz solar que golpea nuestro planeta en un 10% más o menos, invertiríamos sin duda cualquier tendencia al enfriamiento.
Otra posibilidad directa sería traer Freón, el refrigerante que una vez circuló por nuestros frigoríficos y aparatos de aire acondicionado. Es un gas de gran efecto invernadero (que por supuesto, es por lo que fue reducido), así que destrozar los antiguos frigoríficos, y por tanto hacer crecer el efecto invernadero, podría proteger el mundo del frío creciente. También se puede usted comprar un vehículo todo terreno extra, lo que tendría el mismo efecto. Afrontémoslo: las glaciaciones han estado raspando el paisaje durante millones de años. Pero con un poco de tecnología bien informada, podemos asegurar que la última edad de hielo será, seguro, la última.
Consideremos otra amenaza inminente: una inversión del campo magnético de la Tierra. Esto requeriría con el tiempo un re-etiquetado de su brújula de Boy Scout por supuesto, pero el problema real es qué sucede durante el intervalo, a medio camino durante la inversión, cuando nuestro planeta esencialmente no tiene campo. Las partículas de alta energía que atraviesan el espacio ya no serían ni repelidas ni guiadas a los polos (donde ahora producen bellas auroras para entretenimiento de esquimales y alces). En su lugar, lloverían por todas partes, infligiendo cánceres en nosotros, y produciendo desagradables daños similares en otras formas de vida.
Pero – y esto es cierto para muchos de los desastres cósmicos que se ofrecen a arruinar lo que le queda de milenio – esta inversión no sucedería de la noche a la mañana. Habría años para prepararse. Quedándose en casa, y quizá añadiendo más aislamiento en el ático, podríamos evitar la ruina del ADN para el Homo sapiens. Una tarea más difícil sería proteger la necesaria vida salvaje, pero no olvidemos que ha habido muchas inversiones magnéticas en el pasado, mostrando que la naturaleza, incluso sin nuestra ayuda, puede cuidar de si misma – o al menos, producir evolutivamente supervivientes.
Muchos de los peligros que enfrentarán nuestros ya muy mayores nietos implican cambios en el Sol. El gradual aumento del brillo de la cara combustible del Sol comenzará a interferir con la vida de las plantas en unos 100 millones de años, pero este problema, también, podría ser alejado con el ingenio. Para esa lejana fecha, sería bastante simple levantar barreras orbitales para reducir el flujo solar, o posiblemente reformular nuestra atmósfera para actuar como una pantalla natural.
En unos cuantos miles de millones de años, el Sol comenzará a morir, hinchándose como un pez globo. Un movimiento en contra de nuestros descendientes sería simplemente fugarse a una vecindad más fresca, bien más lejos en el sistema solar (idea: hábitats artificiales), o a otro sistema estelar de una vez. Cualquiera de ellos sería un grandioso proyecto de ingeniería, pero este evento es en un futuro tan remoto que sería estúpido asumir que no se llevaría a cabo ninguno. Y, en cualquier caso, la migración probablemente sería más simple que intentar ‘rejuvenecer’ el Sol cambiando las condiciones en su agonizante núcleo – un arreglo que ha sido sugerido ocasionalmente por aquellos a los que les gusta considerar la posibilidad de que algún día no sólo iremos a las estrellas, sino que interferiremos en sus vidas personales.
No hay duda de que el universo nos enfrentará con difíciles, y ocasionalmente letales, acontecimientos. Está garantizado que ocurrirán. Los dinosaurios, a pesar de su impresionante tamaño y su pellejo de ‘Poli-piel’, cayeron de cabeza ante una catástrofe cósmica. Sus huesos son ahora apilados, etiquetados y enseñados. Fueron incapaces de evitar el desastre. Lo mismo podría ser verdad para cualquier sociedad que no educa a su pueblo en ciencia. En todo esto yace una lección.
Por Seth Shostak, Astrónomo Senior, Instituto SETI