La región polar es un nuevo imán que atrae una gran cantidad de empresas y trabajadores a medida que el cambio climático deshiela la zona y las grandes potencias luchan por los recursos energéticos del subsuelo. El precio de las viviendas se dispara.
A una latitud de 66,6° al norte del ecuador, el Círculo Polar Ártico delimita la frontera sur de una de las regiones más inhóspitas del mundo. Un lugar cubierto por la nieve y el hielo, donde las temperaturas alcanzan dígitos muy por debajo de los cero grados y en el que, al menos una vez al año, hay 24 horas seguidas de noche. No sorprende pues que la región esté muy poco poblada. Pero el hombre ha vivido allí durante siglos. Ahora, gracias al calentamiento global, que podría abrir el acceso a enormes reservas de gas y petróleo bajo el hielo, muchas de sus ciudades, pueblos y aldeas podrían prepararse para un crecimiento significativo.
De los ocho países con terreno en el Ártico, cinco –Rusia, Canadá, Noruega, Dinamarca (por medio de la autónoma Groenlandia) y EEUU (con Alaska)– han reivindicado la región, principalmente este pasado verano. Como resultado, en muchas comunidades, los negocios están aumentando, el desarrollo se está acelerando y los precios de la vivienda están creciendo, mientras que tanto los viejos residentes como los recién llegados se muestran ansiosos por sacar provecho de la futura prosperidad. En otros lugares, especialmente aquellos que no están unidos a la industria energética, la atención cada vez mayor sobre la región ha tenido un efecto distinto, poniendo de relieve problemas crónicos y, tal vez, insalvables.
Rusia
Rusia goza de la mayor presencia en el Ártico, con una costa norte que se extiende a lo largo de siete franjas horarias, desde Laponia al oeste junto a Finlandia, hasta la Península de Chukotka en la parte oriental, encarando Alaska a través del Estrecho de Bering. La población está compuesta por una mezcla de tribus indígenas –Evens, Evenks, Komis, Nenets, Yakuts, Chukots–, pero la presencia rusa se incrementó de forma importante el pasado siglo gracias al desarrollo industrial soviético del norte. Y, aunque vastas áreas permanecen aún vírgenes, existen unas pocas ciudades cuyos motores son el petróleo, la pesca o el ejército, incluidas las tres mayores poblaciones del Ártico: Murmansk, Norilsk y Vorkuta.
Por supuesto, en ninguna de ellas la vida es sencilla. La mayor parte están cerradas por el Gobierno a los visitantes extranjeros ocasionales; los suministros llegan por helicóptero o avión; y los precios de los artículos a menudo alcanzan el doble que en el continente. Pero, debido en parte a la reciente fiebre por el Ártico, estos emplazamientos comienzan a desafiar los estereotipos sobre el frío y el yermo norte.
Gracias a las grandes sumas de dinero que fluyen hacia el país y el boom que experimenta la economía local, se está abriendo también un nuevo mercado de enormes kottenzhi, o casas de campo, en pueblos costeros lejos del dilapidado centro urbano. "Estas grandes casas unifamiliares alcanzan cerca de los 1.500 dólares (1.021 euros) por metro cuadrado. Las más grandes se venden normalmente por más de un millón de dólares", asegura Konstantin Venzovsky, de Rielt, una agencia estatal local.
Las ciudades árticas de Rusia que no se benefician de las prisas por reclamar la región son aquellas que no disponen de yacimientos de petróleo o minas de diamantes. Los jóvenes se marchan a Moscú o a ciudades siberianas en auge como Krasnoyarsk o Novosibirsk, por lo que sólo permanecen en ella ancianos, enfermos y alcohólicos crónicos.
Canadá
Algo similar sucede en la población canadiense de Grise Fiord, en la costa de Ellesmere Island, perteneciente al territorio de Nunavut. Creada hace más de cinco décadas como parte de un programa gubernamental de traslados con el objetivo de afianzar la presencia del país en el Ártico, estuvo poblada por familias Inuit de regiones más sureñas que recibieron incentivos para mudarse. En la actualidad viven allí unos 140 residentes, muchos de los cuales luchan para vivir con comodidad ya que las aguas heladas y la nieve dificultan la caza y la pesca.
En otras partes de Canadá, cuya costa ártica abarca desde Ellesmere Island, por el este, hasta la frontera entre Yukon y Alaska, al oeste, hay ciudades más grandes y mejor posicionadas para beneficiarse del boom del petróleo, el gas y la minería. La ciudad de Yellowknife, al sur del Cículo Polar, se ha labrado la fama de ser la principal productora de los diamantes de alta calidad del ártico canadiense. Como capital de los territorios del noroeste, ha experimentado en los últimos años una importante afluencia de artesanos y trabajadores, que han impulsado su población desde los 16.500 habitantes en 2001 hasta los casi 19.000 actuales.
Iqaluit, el centro neurálgico de Nunavu, a 63° de latitud norte, también disfruta de un buen momento. Con sólo 6.000 habitantes, la demanda de viviendas es tan alta que muchos arrendatarios y propietarios pueden pagarlas sólo gracias a ayudas gubernamentales o de sus patrones.
Aunque muchos asentamientos del Ártico se están estancando, con economías frías como el clima, historias de éxitos como estas son cada vez más comunes. La región es una nueva frontera que atrae a una gran cantidad de empresas, trabajadores y residentes a medida que sus temperaturas aumentan y sus recursos afloran lentamente.
El turismo de los trineos de renos
La fugacidad es un problema común entre la población ártica de EEUU. Take Barrow, en Alasca, es una de las tres ciudades estadounidenses de la región, situada a más de 481 km al norte del Círculo Polar Ártico. Aunque cuenta con 4.600 residentes, muchos de los cuales trabajan en los yacimientos de petróleo próximos, la mayoría de ellos se ocupan de tareas a corto plazo, planeando ganar dinero para después marcharse. Es decir, no se han trasladado con la intención de quedarse. Como consecuencia, los volúmenes de ventas de propiedades son bajos, mientras que los alquileres son relativamente altos para un lugar tan remoto. Los pisos de una habitación cuestan una media de 730 dólares mensuales, mientras que las viviendas familiares podrían alcanzar los 1.500 dólares.
La región escandinava del ártico ofrece más diversidad, aunque no en los niveles de Rusia. De un tamaño similar al de Inglaterra y Escocia, es el hogar tradicional de los Sami, los pastores de renos –aunque sólo una pequeña parte de ellos se gana la vida así hoy en día–. La población de la región es pequeña y dispersa pero hay unas pocas grandes ciudades, como Haparanda, en la frontera norte de Suecia con Finlandia, o Hammerfest, que asegura ser la ciudad más septentrional del mundo. El sector de la construcción disfruta de un importante auge, y no hay suficientes electricistas y carpinteros para satisfacer la demanda. Los salarios también están altos por el repentino aumento de los precios de las propiedades.
Una ciudad que probablemente continuará prosperando, con o sin exploración el Ártico, es Rovaniemi, en la Laponia finesa. Durante las dos últimas década, la ciudad de 58.000 habitantes se ha autoerigido como "el hogar de Santa Claus" y, todos los inviernos, su pequeño aeropuerto recibe a medio millón de lucrativos turistas de toda Europa deseosos de montar en los trineos de renos.
Fuente: Expansión