Pekín ha desvelado, finalmente, sus cartas para la cumbre del clima de Copenhague. Ayer, apenas unas horas después de que Barack Obama anunciara que acudirá a la cita y que lo hará con una propuesta de reducción de emisiones del 17%, China respondió con un importante plan de eficiencia energética que «ahorrará en 2020 un 25% de todo el CO2 que el mundo tiene que dejar de emitir para limitar el calentamiento», según resumió el economista jefe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol. No recortará sus emisiones pero crecerán a mucho menor ritmo. El primer ministro, Wen Jiabao, acudirá, como Obama, a Copenhague el mes que viene.
El objetivo de Pekín es reducir entre un 40% y un 45% la emisión de CO2 por unidad de Producto Interior Bruto, concepto conocido como «intensidad de carbono», entre 2005 y 2020. Se trata de la primera vez que China pone números a sus esfuerzos para controlar los gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global. Pero el compromiso no significa que el país asiático vaya a recortar el total de las emisiones en ese plazo, ya que dependerá de la evolución que siga su economía. Si el desarrollo que vive el país continúa al ritmo actual, la cifra global aumentará, aunque a menor velocidad que lo habría hecho sin este plan.
El Consejo de Estado chino afirmó que el proyecto «es una acción voluntaria tomada por el Gobierno teniendo en cuenta las condiciones nacionales y es una gran contribución a los esfuerzos para luchar contra el cambio climático». India, otro de los mayores responsables del calentamiento global, ha propuesto una política similar de ligar sus emisiones de CO2 al crecimiento del producto interior bruto.
Para lograr su meta, China -primer emisor de gases de efecto invernadero del mundo- potenciará el uso de energías limpias, como la solar y la eólica, para que supongan el 15% de su energía en 2020 (a sólo cinco puntos del objetivo de la UE). Modernizará sus centrales térmicas y buscará nuevas formas de reducir la dependencia del carbón como fuente de generación eléctrica. También aumentará el número de plantas nucleares.
Expertos chinos calificaron el programa de ambicioso, pero fuentes diplomáticas europeas en Pekín aseguraron que los objetivos que EE UU y China puedan llevar a Copenhague son modestos y «se enmarcan en lo que ambos países hubieran hecho en cualquier caso». Insistieron, sin embargo, en que «hubiese sido peor un rechazo total, no anunciar nada». «Hubo un momento en que pareció que iba a ocurrir así, pero en los últimos días ha habido bastantes movimientos», señalan. El miércoles, Obama daba oxígeno a la cumbre al anunciar que Washington disminuirá las emisiones el 17% en el mismo periodo, el 30% para 2025, y el 83% para 2050.
Birol no comparte esta opinión: «China ha demostrado ser una potencia responsable en un problema crucial para el mundo. Pero no lo hace por el calentamiento. Lo que le impulsa es la seguridad de suministro, reducir sus importaciones de gas y petróleo y su dependencia política del exterior». La AIE calcula que el plan chino «necesitará una inversión adicional de 400.000 millones de dólares [unos 266.000 millones de euros], pero ahorrará en carburantes: en 2020 gastará 40.000 millones menos en importación de combustibles fósiles».
Y el tercer objetivo chino, según explica Birol por teléfono desde París, es «empujar las tecnologías renovables». «Con el tamaño que supone el mercado chino bajarán los costes rápidamente y aspiran a conquistar el mercado mundial de renovables», añade. También atajará así su acuciante problema de contaminación en las ciudades.
El anuncio de Pekín, unido al de Obama, «pueden abrir dos de las últimas puertas que quedan para conseguir un acuerdo en diciembre», dijo el secretario de la Convención de la ONU contra el cambio climático, Yvo de Boer.
El Gobierno chino ha dicho en repetidas ocasiones que quiere obtener compromisos con cifras para los países desarrollados en Copenhague, mientras ha rechazado estos para sí, a pesar de las presiones de EE UU. Pekín afirma que es injusto medir a todos con la misma vara, puesto que el calentamiento global ha sido causado principalmente por las naciones más avanzadas en su proceso de industrialización desde hace más de 100 años. Como país en vías de desarrollo, China no está obligada por los tratados internacionales a aceptar topes de emisión y, al igual que otros Gobiernos, ha defendido que ese principio no debe cambiar en cualquier acuerdo al que pueda llegarse en la capital danesa. Ayer insistió en que su objetivo es voluntario, ya que sigue negándose a que la ONU audite y verifique sus emisiones de gases de efecto invernadero, a partir de las cuales se puede conocer con detalle la evolución de la economía de un país.
Si en los años cincuenta Mao lanzó el Gran salto adelante para industrializar el país -con nulo éxito- ahora China se embarca en otra tarea parecida, pero a favor del planeta. Aunque las cosas pueden haber cambiado, como resume Birol: «Cuando los chinos se ponen un objetivo, lo cumplen».
Fuente: El País