La revista del Instituto de Estudios Económicos dedica su último número monográfico a estudiar científicamente esta cuestión, antes de que termine por cundir del todo la irracionalidad.
No hay que irse muy lejos en el tiempo para encontrar alarmismos similares a los del calentamiento global. Allá por los años 70 e incluso principios de los 80, con lo que de verdad disfrutaban amenazándonos los funcionarios de los «organismos internacionales» era con el enfriamiento global. Había, como ahora, datos locales que justificaban una preocupación local, y a partir de ellos se formularon teorías sobre una nueva glaciación a la que se consagraron no menos titulares, ni menos documentales televisivos, que ahora al fenómeno contrario.
El 28 de abril de 1975 la revista Newsweek anunciaba la casi unanimidad de los meteorólogos en que el enfriamiento global provocaría «hambrunas catastróficas». El 21 de mayo, The New York Times recogía que los científicos daban como «bien establecido» que el Hemisferio Norte se había estado enfriando desde 1950. El 10 de diciembre de 1976, la revista Science advertía de la proximidad de una «extensa glaciación» en nuestro hemisferio.
Felizmente, se equivocaron, pero desde mediados de los 90 las amenazas volvieron, aunque con signo contrario.
¿Es ahora distinto?
La última oleada de terror medioambiental llegó este fin de semana con la aprobación del informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), que ya no sólo anticipa que mil millones de personas se quedarán sin agua, sino que ni siquiera podemos evitarlo: todo lo más, adaptarnos a las nuevas circunstancias.
Si pudiésemos decir «doctores tiene la Iglesia», esto es, «científicos tiene la Ciencia» en quienes delegar la interpretación de los datos, no habría problema, y habríamos de asumir que así son las cosas. La cuestión es que la comunidad científica está muy dividida en cuanto al valor de los datos que justifican el calentamiento global. No hay unanimidad ni en que exista, ni en que se deba a la acción del hombre, ni en que -de ser el hombre el responsable- el agente del mismo sean las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Qué hacer, entonces?
«Mitos y realidades del cambio climático»
Así se titula el número 3-4 de 2006 de la Revista del Instituto de Estudios Económicos (IEE), recientemente aparecida. Recoge los once trabajos que se presentaron a un ciclo de conferencias sobre el cambio climático que tuvieron lugar en el Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos de Madrid. Y supone una aproximación doble, desde el punto de vista técnico y desde el punto de vista económico, a las causas y consecuencias, no ya del fenómeno en sí, sino del hecho de que en torno a él estén pivotando decisiones políticas de gran trascendencia. Como ejemplo más notable, el Protocolo de Kioto.
Presenta el volumen Juan Velarde, quien enumera los cinco «pánicos» que precedieron al actual, todos ellos consecuencia de los desajustes creados por avances sucesivos en la Revolución Industrial, y solucionados por avances ulteriores: pánico a un incremento de población por encima de la capacidad de alimentarla (Thomas Malthus), al agotamiento del carbón (William Stanley Jevons), a que la democracia de masas desbocase sin remedio el gasto público (José Ortega y Gasset, John Maynard Keynes), al colapso de los servicios públicos (John Kenneth Galbraith) y al agotamiento de las materias primas (Club de Roma).
Dado el impacto económico del sexto pánico (el calentamiento global), en forma de medidas restrictivas como las que postula el Protocolo de Kioto, el IEE solicitó la opinión de una serie de expertos geógrafos, meteorólogos y economistas para valorar los riesgos que se nos anuncian.
Por encima de todo, prudencia
Las conclusiones de los estudios, algunos de ellos sectoriales, no son uniformes, y en ese sentido permiten al lector recoger argumentación en un sentido y en otro. Asumiendo la parcialidad de la selección, destacamos los puntos de vista cuya presencia en los medios es menos frecuente.
Javier Martín Vide afirma que «las anomalías y los episodios meteorológicos extremos no tienen que ver con el cambio climático», aunque puedan ser un indicio del mismo. Asimismo, «la percepción climática difiere a menudo de la realidad climática, por lo que los presuntos cambios climáticos percibidos casi nunca cuentan con el aval de los registros instrumentales». Dos buenas prevenciones para no andar viendo cambios climáticos en cada estación que viene, aparentemente, «rara».
María Eugenia Pérez González parte de la disparidad de tendencias de las temperaturas medias medidas en los últimos dos siglos para establecer que «no es posible apoyar, basándose en los datos de la temperatura media anual de las estaciones meteorológicas, la tesis del cambio climático, reciente y antropoinducido», pareciendo más probable que el incremento térmico detectado en algunas ciudades se deba a su propio crecimiento.
Enrique San Martín González y Javier García-Verdugo Sales destacan que en el Protocolo de Kioto han primado más razones políticas que científicas, y sobre todo que no se han evaluado suficientemente sus consecuencias: «Teniendo en cuenta el elevado coste económico que puede llegar a originar el Protocolo de Kioto, su escasa incidencia en el control del clima y el hecho de que hay otros problemas con mayores costes no monetarios, parece necesario plantearse la posibilidad de destinar esos recursos a tareas más urgentes». Para España ese coste será, además, mucho mayor, como consecuencia, señala Juan Velarde en el prólogo, del parón nuclear de 1982. Como insistía Loyola de Palacio, España tendrá que optar: o cumplir el Protocolo y construir más centrales nucleares, o no construirlas e incumplir el Protocolo, con la elevadísima sanción económica que el mismo marca, que puede condicionar nuestro crecimiento.
Otros trabajos abordan posteriormente la naturaleza del mercado de derechos de emisión que fija el Protocolo, y también el riesgo de deslocalización de empresas hacia lugares donde sus exigencias son más suaves.
Estamos, en definitiva, ante un conjunto de estudios relevantes, de elevado nivel, con los que fundamentar una opinión u otra sobre el calentamiento global y el cambio climático. La polémica, pese a la aparente uniformidad de criterio que flota en el ambiente, es muy intensa entre la comunidad científica, y acabará abriéndose paso.
Fuente: El Semanal Digital