Esta es una teoría que va ganando credibilidad entre muchos científicos que estudian el clima. La descongelación del hielo marino que cubre el Ártico podría alterar o incluso detener las grandes corrientes del Océano Atlántico. Sin el inmenso calor que proporcionan estas corrientes marinas — comparables a la producción de energía de un millón de centrales nucleares — la temperatura media europea podría descender de 5 a 10 grados centígrados (9 a 18 grados Fahrenheit), y algunas zonas de Norteamérica se enfriarían sólo un poco menos. Este cambio en la temperatura sería similar a las temperaturas medias del planeta hacia el final de la última era glacial, hace aproximadamente 20.000 años.
Algunos científicos creen que este cambio en las corrientes marinas puede surgir pronto, de un modo inesperado — en un período de tiempo tan corto como de 20 años — según Robert Gagosian, presidente y director de la Institución Oceanográfica Woods Hole. Otros dudan que esto llegará a ocurrir. Aun así, el Pentágono ha tomado nota. Andrew Marshall, un planificador veterano del Ministerio de Defensa, presentó recientemente un informe no confidencial que describía cómo un cambio en las corrientes marinas en el futuro próximo podría comprometer la seguridad nacional.
«Es difícil predecir qué pasará realmente», advierte Donald Cavalieri, científico pricipal en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de NASA, «puesto que el Ártico y el Atlántico Norte son sistemas muy complejos, con muchas interacciones entre la tierra, el mar y la atmósfera». Los resultados de investigaciones recientes, sin embargo, sugieren que los cambios que estamos viendo en el Ártico podrían afectar potencialmente a las corrientes que calientan Europa del Este, y este hecho mantiene a mucha gente preocupada.
El hielo es la clave
Existen varios satélites que día y noche vigilan la capa de hielo del Ártico. El satélite Aqua de NASA, por ejemplo, transporta un sensor construido por los japoneses llamado Radiómetro avanzado de barrido en microondas-EOS (Advanced Microwave Scanning Radiometer-EOS, AMSR-E). «Utilizando microondas en vez de luz visible, el AMSR-E puede penetrar las nubes y ofrecer vigilancia ininterrumpida del hielo, incluso de noche», explica Roy Spencer, el investigador jefe del instrumento en el Centro de Hidrología y Clima Mundial en Huntsville, Alabama. Otros satélites que vigilan el hielo, dirigidos por NASA, NOAA y el Ministerio de Defensa, usan una tecnología similar.
La vista desde la órbita muestra claramente un descenso a largo plazo del hielo «eterno» del Océano Ártico (la parte que permanece congelada durante los meses cálidos de verano). Según un informe de 1992, de Josefino Comiso, científico del Clima en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de NASA, ese hielo ha estado disminuyendo desde el comienzo de las observaciones satelitales en 1978, a un promedio de un 9% por década. Los estudios con base en datos más recientes sitúan el índice en un 14% por década, sugiriendo que la desaparición del hielo del Océano Ártico se está acelerando.
Arriba: La circulación global oceánica entre aguas frías y profundas y aguas cálidas y superficiales influye enormemente en los climas regionales de todo el mundo. Imagen cortesía del Laboratorio Nacional de Argonne.
Algunos científicos temen que el hielo que se funde en el Océano Ártico pueda verter una cantidad de agua dulce al Atlántico Norte suficiente como para interferir con las corrientes marinas. Parte de esta agua dulce procedería de la propia masa de hielo que se derrite, pero el principal contribuyente sería el aumento creciente de lluvia y nieve en la región. La capa de hielo que se contrae deja al descubierto una cantidad mayor de superficie oceánica, permitiendo que una mayor cantidad de humedad se evapore en la atmósfera y dé lugar a un mayor número de precipitaciones.
Debido a que el agua salada es más densa y pesada que la dulce, este «endulzamiento» del Atlántico Norte haría las capas superficiales más livianas o boyantes. Y esto es un problema, ya que el agua de la superficie necesita hundirse para impulsar un modelo primario de circulación oceánica conocido como el «Gran cinturón transportador». El agua que está a un nivel bajo con respecto a la superficie fluye a través del suelo oceánico hacia el ecuador, mientras que las aguas superficiales cálidas de las latitudes tropicales fluyen hacia arriba para reemplazar al agua que se hunde. De esta manera el transportador se mantiene activo. Un aumento en la cantidad de agua dulce podría evitar el hundimiento de las aguas superficiales del Atlántico Norte, disminuyendo o deteniendo esta circulación.
¿Déjà Vu?
Aunque una vez fue impensable, hoy en día la noción de que el clima puede cambiar rápidamente se está convirtiendo en una teoría respetable. En un informe, de 2003, Robert Gagosian cita una «evidencia que avanza rápidamente (desde, por ejemplo, los anillos de los árboles y los núcleos del hielo) de que el clima de la Tierra cambió abrupta y enormemente en el pasado». Por ejemplo, mientras que el mundo se calentó al final de la última era glacial hace aproximadamente 13.000 años, las capas de hielo derretido parecían haber provocado un alto repentino en el transportador, devolviendo el mundo a un período de 1.300 años de condiciones tipo era glacial llamado «Younger Dryas».
¿Ocurrirá de nuevo? Los investigadores están intentando averiguarlo por todos los medios.
El 13 de febrero partió una expedición desde Gran Bretaña con el objetivo de colocar sensores de control en el Océano Atlántico que observarán la corriente del Golfo en busca de signos de que su velocidad ha disminuido. El viaje es el último paso de un proyecto de investigación conjunto entre Gran Bretaña y Estados Unidos llamado Cambio Climático Rápido, que comenzó en 2001. Otro proyecto internacional, llamado SEARCH (Estudio del cambio medioambiental en el Ártico), se inició en 2001 con el objetivo de evaluar con más detalle los cambios en el espesor del hielo marino del Ártico.
Según las simulaciones por computador realizadas por Thomas F. Stocker y Andreas Schmittner de la Universidad de Berna, mucho depende de la rapidez del calentamiento del Ártico. En sus modelos, un calentamiento más rápido podría cerrar por completo la principal corriente del Atlántico, mientras que un calentamiento más lento sólo provocaría una disminución de la velocidad de la corriente durante unos cuantos siglos.
Inevitablemente, la discusión apunta a los humanos. ¿La actividad industrial humana tiene mucho que ver con el calentamiento del Ártico? ¿Podríamos revertir la tendencia, si quisiéramos? No todos los científicos están de acuerdo. Algunos afirman que los cambios que están ocurriendo en el Ártico son consecuentes con los largos y lentos ciclos de comportamiento oceánico que la ciencia conoce. Otros ven un componente eminentemente humano.
«El derretimiento del hielo marino es consecuente con el calentamiento que hemos presenciado en el último siglo», nota Spencer, pero «no sabemos qué porción de ese calentamiento se debe a las fluctuaciones naturales del clima y cuál a la emisión de gases de efecto invernadero».
Si el Gran cinturón transportador se detiene de pronto, no importará la causa. Los europeos estarán pensando en otras cosas, por ejemplo, cómo hacer que crezcan cultivos en la nieve. Esta es la hora de averiguarlo, mientras el fenómeno es sólo una posibilidad escalofriante.
Fuente: Ciencia @ NASA