La conversión de biomasa de celulosa, que es abundante y renovable, en el biocombustible etanol es una alternativa «prometedora» para hacer frente a la escasez de recursos energéticos, según un artículo publicado hoy por «Nature Reviews Genetics».
Los biocombustibles pueden ser una solución para evitar la inestabilidad política y los problemas medioambientales derivados de la dependencia del petróleo, una materia prima que se agota.
En la actualidad, la mayoría de estos biocombustibles se generan a partir de cereales o azúcar, pero no son suficientes para atender la demanda global de combustible, además de encarecer los precios de los alimentos básicos. Científicos de la Michigan State University (EEUU) proponen como alternativa a este tipo de biocombustibles el etanol derivado de la celulosa, proveniente de la biomasa (que son las plantas terrestres y los derivados de éstas), muy abundante.
Sin embargo, los costes de la producción de este etanol son elevados, dos a tres veces más caros que la producción de biocombustibles a partir de granos, debido a que son necesarias enzimas que sólo se consiguen en biorreactores y los tratamientos previos son complejos.
Por ello, los científicos estadounidenses recomiendan utilizar técnicas de ingeniería genética para lograr que sean las propias plantas las que produzcan estas enzimas, lo que únicamente requeriría la luz solar como energía para el proceso.
El equipo de investigación sostiene que el etanol de celulosa tiene una baja toxicidad, es fácilmente biodegradable y su uso produce menos polución que la combustión del petróleo. Asimismo, aseguran que un aumento de las cosechas para la producción de bioetanol reduce los niveles de concentración de gases de efecto invernadero, principalmente por el uso del dióxido de carbono atmosférico en la fotosíntesis.
Por último, indican que, aunque la producción y consumo del bioetanol liberen gases que contaminan y calientan la atmósfera, como resultado global se conseguiría una importante reducción de la concentración de gases de efecto invernadero.
Fuente: La Vanguardia