Los desastres naturales que ocurrieron en los últimos doce meses causaron las peores destrucciones y las mayores pérdidas desde que se tiene registro. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en un solo año hubo 350.000 muertos y se perdieron 200.000 millones de dólares en daños económicos. Los desastres más mortíferos fueron el tsunami en el sudeste asiático del 26 de diciembre del año pasado y el terremoto en Paquistán del 8 de octubre último. Además, 2005 fue uno de los años con temperaturas más elevadas.
Es otro frío y dramático dato que deja el 2005: el número de refugiados por causas ambientales -inundaciones, terremotos, deslizamientos- supera ya, con creces, al de personas desarraigadas por culpa de las guerras, las persecuciones políticas y los desastres económicos. Así se desprende de un informe del Instituto para el Medio Ambiente y la Seguridad Humana de la Universidad de las Naciones Unidas, con sede en Bonn, Alemania.
El problema, cuyo estudio es tan reciente que las organizaciones internacionales apenas están comenzando a contemplarlo, se vuelve mucho más dramático cuando se analizan las perspectivas en el mediano plazo. Es que en medio de un sostenido calentamiento del planeta, no pocos investigadores predicen mayor número de catástrofes climáticas para los próximos años, lo que, desde luego, se traduciría en una avalancha de refugiados ambientales.
De entrada, abordar este problema no es sencillo. Las complicaciones se disparan en cuanto se intenta darle una magnitud en cifras. Por ejemplo, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) da cuenta de que en el mundo existen unos 19,2 millones de refugiados y desplazados. Pero según las definiciones del organismo, «refugiado» es aquel que debió abandonar su tierra por culpa de guerras o persecuciones políticas, religiosas, etcétera. Nada -o poco y nada- dice de los desarraigados a causa de que su hogar quedó bajo las aguas, fue destruido por un terremoto o, simplemente, su tierra dejó de ser fértil, debido a la erosión y a la desertificación. Estos últimos son mucho más difíciles de contabilizar.
El Instituto para el Medio Ambiente y la Seguridad Humana cree que el número de refugiados ambientales hoy se ubica entre los 20 y 25 millones de personas y que en los próximos cinco años la cifra podría llegar a duplicarse.
El dramatismo del alerta tiene un porqué: nunca el planeta debió afrontar las consecuencias de un desplazamiento de personas tan masivo, y la humanidad se encuentra tan poco preparada para eso, que los refugiados ambientales ni siquiera son considerados tales por los organismos internacionales encargados de dar protección y asistencia a los desplazados.
Por ejemplo, en los últimos dos meses, las lluvias abundantes han dejado sin hogar a 500.000 personas en el norte de Bangladesh, unas 100.000 fueron evacuadas en el centro de Vietnam y más de 200.000 en la India. La sequía, en cambio, provoca migraciones tempranas en Djibuti y, según los últimos datos, el huracán Katrina destruyó unos 275.000 hogares en Nueva Orleáns, a fines de agosto pasado. ¿Qué ocurre con toda esa gente?
Reclamos ecologistas
Más allá del debate sobre si efectivamente habrá más cataclismos en el futuro por culpa del calentamiento terrestre (muy lejos aún de zanjarse), cada vez más los especialistas de los organismos internacionales se preguntan si no es hora de crear formalmente la categoría de «refugiado ambiental» y de definir el tratamiento que deben decidir.
Mientras tanto, otras realidades acentúan el problema. Algunas de ellas son el deterioro de los suelos (la desertificación) y, en muchos sitios, el aumento de los niveles de pobreza, que terminan empujando a mucha gente a asentarse en tierras vulnerables a cualquier tipo de catástrofe.
Por Fernando Halperín
De la Redacción de LA NACION